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« en: Enero 21, 2014, 13:56:57 »
Buenas:
Aunque en otro hilo se sugiere que no se leen los mensajes largos, me arriesgaré a que este no sea leído para aportar algunos testimonios que me parecen interesantes en la muerte de Abbado, mucho más valiosos para entenderle de lo que yo pueda opinar, lleno de lugares comunes y torpeza descriptiva.
En su blog para el diario El Mundo, Rubén Amón escribe esta columna entre lo emotivo y lo exagerado. Se entiende por el momento y por el personaje. Nos da una idea del mito.
"Cuesta creerse que haya muerto Claudio Abbado. No por la edad, 80 años, ni por el cáncer de estómago que lo había devorado, sino porque ya había resucitado. Lo hizo en Tokio, hace una década larga, mientras dirigía "Tristán e Isolda" de Wagner con las huestes de la Filarmónica de Berlín.
Abbado estaba desahuciado. Lo trasladaban al hospital entre acto y acto para tutelar su salud, pero regresaba al foso, como si el desenlace de Tristán fuera el suyo. Como si suyas fuera la plegaria de Isolda en el desenlace de la ópera: " ¿No lo veis? ¿Cómo el corazón se le dilata, valeroso, cómo pleno y noble se le hincha en el pecho? [...] En la crecida ondulante, en el sonido resonante, en el universo suspirante de la respiración del mundo...".
Había regresado Abbado entre los japoneses y entre los vivos. Se había repuesto del cáncer. Pensaba entonces que su destino era el mismo de Tristán ("la antorcha se apaga..."), pero halló en el vientre de la ópera la energía que creía agotada. Hasta el extremo de convertirse en "otro" director de orquesta, quizá provisto de la clarividencia y de la humanidad.
La explicación estriba en que reconocía escuchar más música de la que escuchaba antes. No aludía a la cantidad, sino al aspecto cualitativo. Se había agudizado su percepción, leía mejor entre líneas, había descubierto una nueva sensibilidad. O había resucitado, tal como verificaron los filarmónicos berlineses en el templo de Tokio y como apreciamos los melómanos madrileños cuando dirigió la "Novena" de Mahler en 2010.
Imposible olvidar aquel ejercicio de elevación metafísica ni de sobrecogerse cuando las luces se fueron apagando en los estertores de los últimos compases. No quería Abbado aplausos. Quería que el desenlace del testamento de Mahler se reconociera en el silencio. Como si el silencio fuera también la música, igual que el espacio otorga la vida a una escultura.
Es la razón por la que Abbado también conseguía que los espectadores escucháramos la música desde una perspectiva diferente, cuando no superior. Su presencia, como sucedió el pasado marzo con la "Cuarta" de Beethoven, predisponía a un estado de sugestión. Lograba el maestro oficiar un ritual de concelebración. Tan escrupuloso que hasta la epidemia de las toses tan habitual en el Auditorio se contenía en beneficio del silencio y de la expectativa.
No es que Julio Cortázar se refiriera al maestro italiano cuando entrecomillaba la expresión "músico de hombres" en un pasaje del relato "Reunión", pero la definición encajaba en la resurrección de Abbado y redundaba en la capacidad de fascinación. Claudio Abbado no dirigía. Claudio Abbado se aparecía. Un verbo de prosaicas resonancias milagrosas que acostumbra a conjugarse en el plano abstracto e intangible. Abstracto porque es difícil pesar o medir la sugestión, la devoción, la comunión. Intangible porque el aura que rodeaba al maestro no adquiere una forma concreta, pero se percibe de algún modo. Es la misma sensación que Dino Buzzati observaba en la figura de Arturo Toscanini cuando descendía a la oscuridad del foso. Una especie de fuerza espiritual y de energía que el crítico alsaciano Ferdinand Lion también advertía en sus conversaciones con Thomas Mann.
Más aún cuando cada concierto de Abbado parecía en cierto modo el último. No porque hubiera estado cerca de la muerte o porque puediera rebrotar el contratiempo de aquél maldito cáncer de estómago. Ni siquiera por su 80 años. Más bien porque se vaciaba en ellos, se transfiguraba, se entregaba como si fuera la última vez que iba a tener delante a Beethoven. Nos lo contaba e trompetista Martín Baeza, natural de Almansa, profesor habitual en el dream team de Abbado, testigo de su resurrección en el foso de Tokio: "Con él sabes desde qué punto sales, pero no adónde vas a llegar. Donde los demás directores no llegan, ahí empieza precisamente Claudio Abbado. Esa es la gran diferencia".
Abbado había encontrado un insólito equilibrio existencial entre el huerto de Cerdeña y la residencia invernal en Omán. En la isla cultivaba sus olivos y sus plátanos, mientras que en la sultanía había hallado el sol que requería su salud y que ha terminado ocultándose para que el maestro alance la inmaterialidad que ya había presentido en sus conciertos. Emulando a Isolda:
En el fluctuante torrente,
en la resonancia armoniosa,
en el infinito hálito
del alma universal,
en el gran Todo...
perderse, sumergirse...
sin conciencia...
¡supremo deleite!
"
En otro blog, esta vez del famoso Norman Lebrecht, se recoge este texto como exclusiva. Está en inglés pero salvo alguna cosa, es entendible lo que transmite. He separado en más párrafos el original para destacar algún punto y ayudar la lectura, espero que se me perdone. Nos da una idea de la persona y del músico:
"The conductor Daniel Harding was a close friend of Claudio Abbado for 20 years. He recalls here, in an exclusive article for Slipped Disc, the unique qualities of an elusive maestro.
Claudio was one of the wonders of the world. I think in more than 20 years of knowing him I only heard him raise his voice twice. One of those times was, typically, in jest!
He was the master of leading those around him exactly where he wanted them without ever seeming to demand or insist, without ever being too explicit, or damaging the feeling of freedom that he gave each musician.
He created at least 6 orchestras, most of them for young people. Through this he did more than any single person in our time to educate an entire generation, maybe 2 generations, in what it means to play in an orchestra. I doubt there is a single professional orchestra in the whole of Europe without a group of musicians who played at some point in one of the orchestras he founded. Musicians who will never forget his simple message – Listen! (of course said in barely a whisper) Claudio sought to remove himself from the equation, he talked endlessly (on the rare occasions when he spoke at all!) of all music as being Chamber Music. If he could aid the musicians to play, so to speak, undirected then he could work his magic. Cajoling and inviting, he would then take the performance to unimagined heights He spoke multiple languages perfectly, but always pretended he couldn’t! Especially if the conversation taking a turn he didn’t appreciate!
His wonderful look of total confusion could disarm almost any situation, we all loved him desperately but few dared to risk upsetting him. His acts of generosity were extraordinary and his single-mindedness could be hugely demanding. There is a large group of us who were lucky enough to have been, at one point or another, part of his close circle. This was not always an easy place to be but I know of none of us who would have had it any other way.
He was, and will continue to be, often imitated. It isn’t very difficult!! Take all the focus out of your consonants, look lost and confused, put your hand on your chest and say ‘beautiful music’ ‘schöne Musik’ What more did he need to say?! He was cheeky, impish, wicked and hysterically funny. He was magnetic, charming and, so I am told, gorgeous!
He was the greatest conductor I have ever seen or heard in person. Not always, not for all repertoire, but when he was in his element and comfortable with those around him then there was nobody to touch him.
In Lucerne, over the last years, once again he built himself a fortress. Everything was on his terms; who played, what was played, when he rehearsed, for how long.. It could be merciless, but in the end the results were unforgettable like almost nothing else. I don’t think the musicians of the Lucerne Festival Orchestra would have done all that for anybody else. There was nobody else like Claudio and there won’t be again.
I will always remember him in the silence that follows the music. There was no moment he treasured more than those seconds of reflection and privacy before the tumult swept the music into the past, into memory. He wasn’t always good at closeness, not good at conversation, not good at taking applause, so he held onto that last moment alone with the music as long as he could. Always listening."
Abundando en sus concepciones como director, cito un fragmento del texto de homenaje recogido por Scherzo que le dedica Michael Haefliger, director del Festival de Lucerna, del que Abbado ha sido parte fundamental desde los años 60:
"(...)With this venture, Claudio Abbado’s distinctive understanding of the chamber music-like aspect of music making, his love for the ensemble, came unmistakably into the foreground. Instead of a huge single entity or even a musical mass, an orchestra was and is a collective comprising smaller and larger ensembles which join together, all the while preserving their high degree of differentiation, under the guidance of the principle primus inter pares – first among equals – and which pursue a shared musical path. Claudio Abbado believed in this ideal more than anyone: indeed, he began his own musical career in the realm of chamber music.
And if Claudio Abbado’s musical credo arose from chamber music, which is to say from a sense of musical intimacy, this very credo was deeply anchored in his own “school of listening.” He wasn’t a man of big words, nor was he a fan of long rehearsal discussions; instead, the artistic process that took shape when he conducted consisted of a kind of silent close listening – to and with one another – all based on the confidence that it was only during the live performance of the concert itself that the ultimate pinnacle of interpretation was to be found. This includes those unforgettable moments of profound musical silence that we experienced during his brilliant performances of the symphonies of Gustav Mahler and Anton Bruckner in Lucerne.
It was with a sublime, deeply moving moment of unending musical silence that Abbado concluded his artistic work on 26 August 2013 in Lucerne, with a performance of the Ninth Symphony of Anton Bruckner, a musical fragment. There was a sense in the hall on that evening that it might possibly be his final concert, so far removed and deeply transfigured did Claudio Abbado seem to all of us on this unforgettable evening, in this moment of unfathomable silence. Today, to our deep and overwhelming sorrow, this inkling became a reality."
Un saludo